EL
NIÑO QUE SE COMÍA LAS PALABRAS
A algunas personas les trasplantan los
pulmones. A otras les realizan un trasplante de corazón o de córnea, pero
siempre tiene que morir alguien. Mi caso fue distinto. Cuando era pequeño no
podía hablar, al menos no como el resto de los niños. Cada sílaba requería el
mayor de mis esfuerzos. Sin embargo, mi padre se ganaba la vida con las
palabras. Paradójico. Aún recuerdo el domingo que llegó con una máquina de
escribir antigua. Yo entré en su despacho mientras él ponía la vieja Olivetti
sobre la mesa. Colocó un folio de papel cebolla en el rodillo, me cogió el dedo
índice, y escribimos mi nombre. Mi padre lo recortó con unas tijeras, lo hizo
una bolita y me dijo: “Rica”. En cuanto el papel rodó por la garganta dije mi
nombre en voz alta. Desde ese día, mi padre no pudo volver a pronunciarlo.
Luego vinieron muchas palabras más. Mi padre me cogía el dedo, me susurraba
cosas al oído, las tecleábamos y luego me metía las palabras en la boca. Él
nunca más volvía a usarlas. Primero se quedó sin sustantivos, luego sin verbos,
más tarde me pasó los adjetivos, los artículos, las preposiciones, hasta que me
trasplantó todas las palabras del mundo. Hasta que se quedó mudo.
Aquí he sacado éste relato, en el foro que participa mamá, lo ha puesto Santan, comentando el documental de ayer, que por desgracia no nos aportó mucho, ya que
esperábamos estudios que nos abrieran esperanza, a nuevos cambios.
Mi madre, siempre ha tenido facilidad de palabra, y cómo en éste microrelato, con gran
felicidad se quedaría muda, para que yo tomara alas, y pudiese volar sola. Pero actualmente, sólo existe el diagnostico precoz, que en mi caso fue tardío, y que los demás
adapten su mundo al mío, porque es más fácil para mi.
Esta semana pasada, ha sido muy inestable para mi, (después de lo bien, quizás demasiado, que había estado), mamá lo contará en otra entrada. Ella tenía planes que había organizado hacía meses, pero tuvo que adaptarse a mi. Y así mi angustia ha sido menor.